sábado, 14 de febrero de 2009

Dilucidaciones de un día gris

Si hoy amanecía el día despejado, era, sin duda, para hacernos creer que el de hoy iba a ser un día diferente al resto de los días precedentes, mas era únicamente un espejismo. Un fantasma camuflado de luces varias y claridad que ha ido poco a poco dejando paso al espectro que dormía en su interior, un ser de tonos grises y melancólicos dispuesto a entristecer la vida de cualquiera. Aun así, no he dejado de sonreír. Con el tiempo y sus malas jugadas, he ido aprendiendo a vivir con lo que venía, sin plantearme apenas nada, simplemente dejándome llevar por las corrientes que se cernían sobre mí, como lo hacen ahora estas nubes que tan lejanas estaban al despuntar el alba.
No tiene mala pinta de todas formas el día, aunque el tiempo no acompañe en absoluto. Siempre fui más de estar en la calle que en casa, no obstante, aprecio estos días como la comida cuando estoy hambriento o el agua cuando siento que podría desfallecer a causa de la sed. Me gustan. Son días en que no puedes ir a la playa por que hace frío, amenaza con llover y el viento te atraviesa el cuerpo como si fueras un colador de pasta. Pero normalmente, no llueve, así que se puede estar en la calle abrigándose un poco más y siendo algo valiente o masoquista, según la persona que opine. Y si llueve, para mí son aun mejores. La lluvia limpia el alma de cualquiera, el sosiego que se siente al estar frente al mar mientras el cielo descarga sobre uno un aguacero considerable, la paz de sentirse totalmente libre, la melancolía que arrastra la soledad de ese momento, las lágrimas que huyen fundiéndose con la lluvia después de estar tanto tiempo contenidas a causa de la ira, el odio, la pena, la risa que sale del interior de uno mismo al descubrirse en una situación que le hace sentir tanto y con tanta fuerza, los recuerdos que afloran cuando estamos tan receptivos, la sensación de ser alguien totalmente renovado volviéndole la espalda al mundo que nos maltrata a diario desde que salió el terrible tirano apodado dinero, sin dejarnos vivir como los animales racionales que somos, obligándonos a estar día sí, día también atados a unas responsabilidades que nadie pidió, esa sensación de descubrir que eres más de lo que ves… todo eso me evoca la lluvia. Me he dado cuenta de que soy más optimista los días de mal tiempo aunque no los aproveche para estar dando vueltas por ahí. Con todo, estos días, además de ser perfectamente disfrutables en la más intima soledad, son de lo mejor para pasarlos en compañía, ya sea por amigos, pareja o familia. Ya que suelen ser los días que como no hay nada mejor que hacer, te pones a hablar de temas que realmente despiertan tu apetito de conversación y das rienda suelta al músculo que más libertad tiene: la lengua.
Hoy, no obstante, más que hablar, me apetecía escribir, creo que es porque hacía tiempo que no conseguía sentarme tranquilamente a pensar. Demasiados problemas en el mundo que me rodea como para dedicarme en exclusiva a mí. Así que me he puesto manos a la obra y aunque no sea un texto interesante, ayuda a explayarse de uno mismo y sus “movidas”.
Disfruto con cada palabra deletreándola en mi mente, paladeando la pronunciación de cada letra, buscando sinónimos, poniendo atención en la gramática y la ortografía, más si cabe que en el contenido del escrito en sí que dicho sea de paso, es simple y puramente por amor a la escritura que estoy haciendo esto hoy.
Desde pequeño me deleitaba con textos que al principio podía ni entender, pero que poco a poco, fueron haciéndome sentir un ser superior en comparación con animales y plantas y es que, si se para uno a pensar, el don de la lectura y la escritura es algo magnífico. Me resulta asombroso como con tan sólo 27 caracteres y unos signos de puntuación tan básicos como pueden ser puntos y líneas, el ser humano es capaz de crear algo que perdure en la historia durante siglos, algo que te pueda cambiar el estado de ánimo de un momento a otro, algo que te haga soñar con sitios que ni existen más que en la imaginación del escritor y del lector, algo que sea capaz de conmover a muchos, algo que sea capaz de cambiar el rumbo de un hombre, una familia, un barrio, un pueblo, una ciudad, un país, un continente, el mundo…
Por desgracia no está al alcance de todos el fenómeno de la literatura, ya sea por una u otra cosa, la gente lee cada vez menos libros, aunque se pasen el día pegados al ordenador y aun existe el analfabetismo en muchos países, de todas formas, no hace falta ir muy lejos para encontrar desconocedores de este bello arte. En nuestro país existen muchas personas que no saben leer ni escribir y eso es una pena, pues se pierden muchas cosas que valen la pena. No digo que esta gente sea inculta por no tener conocimientos sobre la materia en cuestión, puesto que la inteligencia está por encima de todo esto y con la formación adecuada aprendería sin esfuerzo más de uno. Pero me avergüenza que en pleno siglo XXI no seamos capaces de ofrecernos a ayudar a quien lo necesita y no sólo en lo referente a la literatura.
El ser humano, sabe que es un animal como cualquier otro, pero con unas virtudes únicas, no obstante, hemos decidido a jugar a ser superiores, a maltratar a nuestros semejantes, a humillar al prójimo y por mucho que se diga que estamos en una época de libertades, no ha cambiado tanto la cosa desde los tiempos del antiguo Egipto donde se utilizaban esclavos tanto como mano de obra como para usarlos como moneda de cambio. De hecho creo que la cosa ha ido a peor, niños pequeños cosiendo balones y zapatos para que la gente de países avanzados como nosotros podamos vestirnos y jugar a futbol, más niños trabajando los campos para dar de comer a una familia que no es la suya ni tan siquiera. Diferente trato para la gente de diferente color, religión, orientación sexual, da igual. Cualquier aparente divergencia entre una persona y otra ya hace que exista una disputa sobre quién es el destacado y quien el atrasado. Como si hubiera siempre que crear una estadística a base de niveles jerárquicos y no debería ser así nunca.
Nos contentamos en juzgar a otros y luego exigimos que no se haga lo propio con nosotros, todo lo que hacemos está bien hecho, pero sólo para nosotros o para un colectivo reducido de personas con las que compartimos opiniones, no obstante siempre habrá alguien dispuesto a llevar la contraria aunque no tenga recursos suficientes como para poder opinar al respeto y si no es así, seremos nosotros quienes encontremos motivos para discutir.
Lamentablemente, el mundo va hacia atrás, hasta que volvamos a una edad de sombras como la antigua Edad Media, entonces tocará volver a empezar como en el Renacimiento, y volveremos a llegar al mismo punto en el que estamos. Más avanzados científicamente, sí, pero con los mismos conflictos que nos han rodeado desde el albor de nuestras vidas como los humanos “superiores” que somos.

Salir, observar, recordar...

Palma se levanta tranquila esta mañana. Amanece de color azul rojizo el cielo dejando sentir el duro golpe del frio atravesando prendas de ropa sin compasión, como un cuchillo caliente, que sin problemas, atraviesa la mantequilla.
A los que estamos acostumbrados a la calle, quizás nos moleste menos. No obstante, la humedad es tan alta, a causa de las lluvias que han dejado tras de sí los últimos días que hace que el aire helado se cuele hasta los pulmones sintiendo que cada bocanada de aire va acompañada de pequeños trozos de hielo afilados que se clavan por nuestro organismo a su paso.
Al horizonte se ven alzarse altivas nubes. Curiosamente nunca supe si estas van o vienen, no tenemos tiempo en la vida cotidiana para pararnos a observar lo que nos rodea, aun así ahora estoy tirado en la cama escribiendo lo que sentí hoy al estar en la calle.
Releo lo escrito y parece que no me haya gustado lo que he visto hoy y no es así.
El frío, siempre me hizo sentir vivo, desde la mañana del maldito tornado en el que nos vimos envueltos en Peguera. El viento me levantaba a su paso y yo pensé que no volvería a pisar tierra. Sentí como las gotas de granizo que lo acompañaban se me clavaban como minúsculas agujas por todo el cuerpo. Entonces dejamos de intentar salvar el puesto que tenía mi abuelo y corrimos a refugiarnos a un bar atestado de gente que pasaba por allí cuando el imponente torbellino tocaba tierra. Ese día aprendí a apreciar el frío, la sensación de saber que estás sintiendo algo es una de las más creíbles muestras de que estás vivo y desde entonces, disfruto más y más de salir a la calle los días de temperaturas muy bajas para al rato entrar y quedarme con la cara y las manos heladas mientras noto calor por el resto del cuerpo.
Por otra parte, el cielo estaba despejado, lo que ya es más de lo que podíamos esperar teniendo en cuenta el transcurso de los últimos días en los que ha llovido casi todos. Así que volver a observar como el vacio azul se tiznaba de un rojo anaranjado al amanecer ha causado un efecto tranquilizador en mí. La tormenta, dure lo que dure, termina pasando y eso es así con todos los pequeños problemas que nos salen al paso a diario, no hay ninguno que no tenga solución.
Quizás lo que no me ha hecho sonreír hoy sea la maldita humedad que con este frío exagerado se hace casi palpable. Aún así me he dejado guiar por ella en mi respiración imaginando que cada pequeño pinchazo era un estímulo más para la vida. Un pequeño impulso eléctrico que te anima a seguir tirando, mirando hacia a delante, sin miedo.
Y al volver a leer parte de mi escrito, me doy cuenta de que aunque poco, no podemos sino asombrarnos con las maravillas que recorren nuestro mundo, aunque no queramos. Si no, no me hubiera percatado de las nubes, por mucho que no sepa cuál es su dirección.
Todo esto unido al vaivén de la gente, el ajetreo matutino de una ciudad que despierta, el césped recién cortado por los jardineros, las napolitanas rellenas de chocolate que llenan con su aroma la acera más cercana a la panadería, los perros paseando a sus dueños, gente que vuelve de fiesta, gente que empieza a trabajar… hacen que valga la pena despertarse pronto. Salir a la calle y observar.