sábado, 14 de febrero de 2009

Salir, observar, recordar...

Palma se levanta tranquila esta mañana. Amanece de color azul rojizo el cielo dejando sentir el duro golpe del frio atravesando prendas de ropa sin compasión, como un cuchillo caliente, que sin problemas, atraviesa la mantequilla.
A los que estamos acostumbrados a la calle, quizás nos moleste menos. No obstante, la humedad es tan alta, a causa de las lluvias que han dejado tras de sí los últimos días que hace que el aire helado se cuele hasta los pulmones sintiendo que cada bocanada de aire va acompañada de pequeños trozos de hielo afilados que se clavan por nuestro organismo a su paso.
Al horizonte se ven alzarse altivas nubes. Curiosamente nunca supe si estas van o vienen, no tenemos tiempo en la vida cotidiana para pararnos a observar lo que nos rodea, aun así ahora estoy tirado en la cama escribiendo lo que sentí hoy al estar en la calle.
Releo lo escrito y parece que no me haya gustado lo que he visto hoy y no es así.
El frío, siempre me hizo sentir vivo, desde la mañana del maldito tornado en el que nos vimos envueltos en Peguera. El viento me levantaba a su paso y yo pensé que no volvería a pisar tierra. Sentí como las gotas de granizo que lo acompañaban se me clavaban como minúsculas agujas por todo el cuerpo. Entonces dejamos de intentar salvar el puesto que tenía mi abuelo y corrimos a refugiarnos a un bar atestado de gente que pasaba por allí cuando el imponente torbellino tocaba tierra. Ese día aprendí a apreciar el frío, la sensación de saber que estás sintiendo algo es una de las más creíbles muestras de que estás vivo y desde entonces, disfruto más y más de salir a la calle los días de temperaturas muy bajas para al rato entrar y quedarme con la cara y las manos heladas mientras noto calor por el resto del cuerpo.
Por otra parte, el cielo estaba despejado, lo que ya es más de lo que podíamos esperar teniendo en cuenta el transcurso de los últimos días en los que ha llovido casi todos. Así que volver a observar como el vacio azul se tiznaba de un rojo anaranjado al amanecer ha causado un efecto tranquilizador en mí. La tormenta, dure lo que dure, termina pasando y eso es así con todos los pequeños problemas que nos salen al paso a diario, no hay ninguno que no tenga solución.
Quizás lo que no me ha hecho sonreír hoy sea la maldita humedad que con este frío exagerado se hace casi palpable. Aún así me he dejado guiar por ella en mi respiración imaginando que cada pequeño pinchazo era un estímulo más para la vida. Un pequeño impulso eléctrico que te anima a seguir tirando, mirando hacia a delante, sin miedo.
Y al volver a leer parte de mi escrito, me doy cuenta de que aunque poco, no podemos sino asombrarnos con las maravillas que recorren nuestro mundo, aunque no queramos. Si no, no me hubiera percatado de las nubes, por mucho que no sepa cuál es su dirección.
Todo esto unido al vaivén de la gente, el ajetreo matutino de una ciudad que despierta, el césped recién cortado por los jardineros, las napolitanas rellenas de chocolate que llenan con su aroma la acera más cercana a la panadería, los perros paseando a sus dueños, gente que vuelve de fiesta, gente que empieza a trabajar… hacen que valga la pena despertarse pronto. Salir a la calle y observar.

No hay comentarios: